
Érase una vez… Montmartre, el refugio de los pintores del mundo
Si te das un paseo hoy por Montmartre, te va a parecer que has viajado en el tiempo. Calles adoquinadas, escaleras infinitas, fachadas de otro siglo… y artistas, muchos artistas. Algunos con sus caballetes abiertos, otros garabateando en un cuaderno mientras se toman un café. Pero, ¿por qué este rincón de París atrae, desde hace más de un siglo, a pintores de todos los rincones del mundo?
Pues érase una vez una colina al norte de París. En la Edad Media era un lugar sagrado, lleno de viñas y molinos. De hecho, Montmartre significa “Monte de Marte” o “Monte de los Mártires”, porque dicen que allí decapitaron a San Dionisio, el primer obispo de París. Leyendas no le faltan, y ya sabemos que donde hay misterio, suele haber inspiración.
Pero la magia empieza de verdad a finales del siglo XIX. Por entonces, Montmartre era poco más que un barrio de mala fama. Era barato vivir allí, estaba lleno de tabernas, burdeles, cabarets… y bohemios. Pintores que no tenían un franco, músicos, escritores con más sueños que éxito… Toda esa tropa se juntaba en cafés como el Le Chat Noir o el Lapin Agile, donde entre vaso y vaso de absenta se cambiaba el arte para siempre.
Aquí vivieron y trabajaron tipos como Picasso, que llegó con apenas 19 años; Van Gogh, que pasó aquí sus peores y mejores días; Toulouse-Lautrec, inmortalizando los bailes del Moulin Rouge; y Renoir, que pintó su famoso Baile en el Moulin de la Galette justo aquí al lado. Era un hervidero de creatividad. La luz de la colina, los tejados inclinados de París a lo lejos y, sobre todo, la libertad que se respiraba, convirtieron Montmartre en un paraíso para los artistas.
Hoy sigue siendo un imán para los pintores. No importa de dónde vengas ni cuánto sepas. Puedes llegar con tu bloc bajo el brazo y plantar el caballete en la Place du Tertre, donde durante todo el año se juntan artistas de medio mundo. Algunos hacen retratos, otros venden acuarelas, y otros simplemente están ahí para empaparse de la esencia del barrio.
Montmartre es como un viejo taller abierto las 24 horas. Aquí la historia del arte no está en los museos, sino en cada rincón. Si caminas por sus calles, puede que escuches el eco de las risas de aquellos bohemios, o quizás el sonido de un pincel deslizándose sobre un lienzo.
Así que si alguna vez andas por París, sube hasta lo alto de la colina. Siéntate con un café y un cuaderno. Quién sabe, puede que termines tú también pintando parte de esta historia infinita.
