
El jengibre que volvió loco a nerón: la receta que envenenó a roma
(Una historia de gula, poder y raíces picantes)
1. El emperador gourmet (y su obsesión por lo que quemaba)
Roma, año 64 d.C. Nerón Claudio César, el hombre que había incendiado su propia ciudad para inspirarse, tenía un nuevo vicio: el zingiber officinale.
Los mercaderes indios lo llamaban «la raíz del demonio» —ardía como el infierno, pero curaba la melancolía—. Para Nerón, que sufría de «aburrimiento imperial» (y paranoia homicida), fue amor a primera mordida.
Su ritual diario:
- Desayunaba pan con miel y jengibre rallado (para «abrir el alma»).
- Antes de ordenar ejecuciones, masticaba un trozo crudo «para clarificar la mente».
- En sus orgías, servía vino especiado con jengibre y oro líquido (los invitados acababan bailando desnudos en el Foro).
El problema: El jengibre de calidad solo llegaba en caravanas persas y costaba más que un esclavo griego.
2. El «pollo al suicidio» (o cómo asesinar con cortesía)
En el año 65, Nerón invitó a cenar a su medio-hermano Británico (último rival vivo por el trono). El menú:
- Aperitivo: Aceitunas rellenas de jengibre fermentado en acónito (veneno de lobo).
- Plato principal:Pullum gingiberi ad mortem («Pollo al jengibre hasta la muerte»).
- La receta original (encontrada en papiros de un esclavo fugado):
- Marinar el pollo en vinagre, miel y jengibre fresco (para enmascarar sabores).
- Inyectar en las patas arsénico mezclado con polvo de jengibre silvestre (más picante y mortal).
- Servir con higos secos rellenos de láudano (para «dulcificar la agonía»).
- La receta original (encontrada en papiros de un esclavo fugado):
Británico murió entre convulsiones y halagos al chef («¡Qué picante tan divino!»). Nerón, llorando de risa, exclamó: «Los dioses deben estar celosos de mi cocina».
Nota histórica: El veneno real fue probablemente cianuro, pero el jengibre le dio el toque teatral que Nerón amaba.
3. Era locura del zingiberata (o la primera crisis económica por especias)
Tras envenenar a media familia, Nerón decretó:
- Todo el jengibre de Roma sería propiedad imperial (bajo pena de crucifixión).
- Se crearían invernaderos con esclavos soplando aire caliente (fallaron: el jengibre necesita monzones, no halientos humanos).
El resultado:
- El precio del jengibre se multiplicó x100.
- Los mercaderes empezaron a vender rábano picante teñido como «jengibre para pobres».
- Un senador fue ejecutado por contrabandizar 3 raíces en el ano de un ganso (sí, leyó bien).
El colapso: Cuando Nerón murió (apuñalado por un liberto que odiaba la comida picante), Roma tenía almacenes llenos de jengibre podrido y una población con acidez estomacal crónica.
4. La receta maldita (versión comestible)
¿Quiere probar el Pullum gingiberi sin morir? Así lo recreó el historiador culinario Marcus Gavius Apicius (sin veneno):
Ingredientes:
- 1 pollo (sin arsénico).
- 2 raíces de jengibre fresco (100% mortal… para el aburrimiento).
- Miel de tomillo (para dulzura imperial).
- Vinagre de vino (como lágrimas de esclavo).
Preparación:
- Machacar el jengibre con sal y ajo (liberará su «alma de fuego»).
- Mezclar con miel y vinagre. Bañar al pollo y asar en leña de olivo (como en las villas de Capri).
- Servir con higos frescos (sin láudano, por favor).
Efectos secundarios: Euforia, sudoración… y ganas de gobernar un imperio.
Epílogo: la raíz que sobrevivió al imperio
Mientras Roma ardía, un mercader sirio rescató un saco de jengibre de los almacenes de Nerón. Lo plantó en Alejandría, donde creció salvaje.
Hoy, cada vez que usted toma ginger ale o muerde una galleta de jengibre, está saboreando los excesos de un loco que creyó que las especias lo harían inmortal.
Moraleja: El jengibre no envenena… son los emperadores los que matan.
