
«Una mañana de niebla, cuando los monjes de Lindisfarne alzaban sus cantos al cielo, los dioses les enviaron una respuesta… pero no era la que esperaban.
Los drakkars, serpientes de madera con fauces de dragón, emergieron del mar como fantasmas. Los guerreros de rostros pintados, envueltos en pieles y hierro, descendieron como lobos hambrientos. Los cuervos de Odín revoloteaban sobre el monasterio mientras la sangre teñía de rojo las sagradas escrituras.
Los cronistas anglosajones gritaron al cielo: «¡Nunca antes Gran Bretaña había visto tal terror!». Y así, con el saqueo de Lindisfarne, la Era Vikinga rugió su primer grito de guerra.»
El Presagio de Lindisfarne (793 d.C.)
En la vasta extensión del océano, donde las aguas frías y oscuras se entrelazan con la niebla, se alzaba la isla de Lindisfarne, conocida también como la «Isla Santa». Allí, en su venerado monasterio, se erguía el hogar de monjes devotos que dedicaban su vida al servicio de Dios. Rodeados de belleza natural y paz, nunca imaginaron que el rugido del mar traería consigo el aliento de la muerte y la destrucción.
Era un día gris, el sol aún oculto detrás de nubes densas, y la brisa salada de la costa soplaba suave, mientras los monjes entonaban sus himnos en un cántico que ascendía al cielo. La melodía, llena de devoción y esperanza, parecía flotar entre las rocas y las olas, como un susurro en medio del vasto y solitario paisaje. Pero los cielos, que habían sido testigos de tantos cantos y plegarias, guardaban un silencio ominoso. Y en ese silencio, un presagio siniestro se cernía sobre la isla.
Puedes descargar la versión ampliada en PDF
