Érase una vez… Alfred Sisley, el pintor de los cielos y los ríos

Érase una vez, en una hermosa ciudad llamada París, un niño llamado Alfred Sisley, que soñaba con colores. Desde pequeño, le fascinaba mirar el cielo, observar cómo las nubes cambiaban de forma, cómo el sol teñía el mundo de dorado al atardecer y cómo la lluvia dejaba todo brillante y fresco. Su corazón latía más fuerte cada vez que veía un paisaje hermoso, y soñaba con poder capturar toda esa magia en un lienzo.

Un niño entre dos mundos

Alfred nació el 30 de octubre de 1839. Sus padres, William y Felicia Sisley, eran ingleses, pero vivían en Francia. Esto hizo que Alfred creciera hablando dos idiomas y conociendo dos culturas. Su padre era un próspero comerciante y esperaba que su hijo siguiera sus pasos, pero Alfred tenía otros planes.

A los 18 años, viajó a Londres para estudiar negocios, pero en vez de interesarse por los números, pasaba horas en los museos, maravillado por las obras de los grandes paisajistas ingleses como J.M.W. Turner y John Constable. Sus cuadros, llenos de luz y atmósfera, lo inspiraron profundamente. «Yo también quiero pintar así», pensó.

El encuentro con el impresionismo

De regreso en París, Alfred decidió dedicarse al arte. Ingresó en el taller del pintor Charles Gleyre, donde conoció a otros jóvenes artistas que, como él, soñaban con revolucionar el arte: Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir y Frédéric Bazille. Juntos, discutían, pintaban y soñaban con un nuevo estilo, alejado de los oscuros estudios y las figuras perfectas de la pintura tradicional.

Ellos querían pintar la vida tal como era, al aire libre, capturando la luz fugaz, los colores vivos y los pequeños momentos de la naturaleza. A este movimiento se le llamaría, años después, Impresionismo.

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