Érase una vez… Mary Cassatt, la pintora de las madres y los niños

Érase una vez, en una ciudad llamada Pittsburgh, en Estados Unidos, una niña llamada Mary Cassatt que soñaba con colores. Desde pequeña, le encantaba dibujar y pintar, aunque en aquella época, muchas personas creían que las mujeres no podían ser artistas. Pero Mary no les hizo caso. Con un pincel en la mano y valentía en el corazón, se convirtió en una de las pintoras más importantes del mundo.

Una niña que no quería ser «señorita»

Mary nació el 22 de mayo de 1844 en una familia adinerada. Su papá era un banquero y su mamá una mujer culta que le enseñó a apreciar los viajes y el arte. Cuando Mary tenía siete años, su familia se mudó a Europa, donde visitó museos en Londres, París y Berlín. ¡Quedó maravillada! Las pinturas de los grandes maestros la hacían soñar despierta.

Pero cuando le dijo a su padre que quería ser pintora, él se enfadó. «Las señoritas no se dedican al arte, Mary», le decía. En aquel tiempo, las mujeres solo podían ser esposas o maestras, pero Mary no quería eso. «Yo seré artista», pensó, y con solo 16 años, empezó a estudiar dibujo en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania, aunque los profesores no la tomaban en serio.

El gran salto a París

Mary sabía que, si quería aprender de verdad, debía ir a París, la capital del arte. Así que, con mucho esfuerzo, convenció a sus padres para que la dejaran viajar. Allí, copiaba obras en el Louvre (el museo más famoso de Francia) y estudiaba a los grandes maestros. Pero había un problema: las mujeres no podían ingresar a la Escuela de Bellas Artes.

Sin rendirse, Mary empezó a tomar clases privadas y a pintar sin parar. Pronto se dio cuenta de que no le gustaba el arte tradicional, lleno de historias antiguas y dioses griegos. «Yo quiero pintar la vida real», decía, y así empezó a retratar escenas cotidianas: madres abrazando a sus hijos, niñas leyendo, familias en el jardín…

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