Odín y el Pozo de Mímir: Un Viaje al Conocimiento

Odín y el Pozo de Mímir: Un Viaje al Conocimiento

Odín el Viajero y el Pozo de Mímir

I. El Silencio Bajo las Estrellas

En las altas torres de Asgard, donde el cielo roza las barbas de los dioses y el viento lleva secretos entre las nubes, Odín el Viajero se sentaba solo. No había banquete aquella noche, ni risas en el salón. Sus cuervos, Huginn y Muninn, dormitaban tras largos vuelos por los nueve mundos. Pero él no dormía. Escuchaba.

Desde su trono Hlidskjalf, podía ver todo lo que ocurría en Midgard y más allá. Las guerras, los pactos, las mentiras de los hombres. Pero esa noche, los ojos del Padre de Todos no miraban al mundo. Miraban dentro de sí mismo. Algo le faltaba.

No era fuerza. No era poder. Era algo más profundo: el conocimiento del tejido invisible que une las cosas, los porqués detrás de los destinos, las raíces del tiempo. En su pecho crecía una pregunta que ni las runas respondían.

Y entonces lo oyó. No fue una voz. Fue un nombre: Mímir.

II. Mímir, Guardián del Pozo

Mímir no era un dios como los demás. Era más antiguo que muchos, más sabio que todos. Su cabeza —porque ya no tenía cuerpo— custodiaba el pozo del conocimiento, un manantial que fluía desde las raíces mismas de Yggdrasil, el fresno que sostiene los mundos.

El Pozo de Mímir no era lugar de paso. Estaba oculto en la región helada de Jötunheim, cerca del Niflheim, donde la escarcha no duerme y el silencio pesa como un castigo. Las aguas del pozo no ofrecían juventud ni belleza. Ofrecían sabiduría. Pero a cambio… siempre exigían algo.

Odín sabía el camino. Sabía también que nadie lo había recorrido sin pagar un precio.

Y aun así, partió.

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