
TYR — El Silencio que Juzga
Dicen que, en los días antiguos, antes de que los lobos devorasen el sol y la luna, existía una aldea donde nadie mentía. No porque fueran virtuosos, sino porque temían al extraño que vivía en la colina.
Nunca bajaba. Solo se acercaba en los días de juicio.
Una vez al año, cuando los conflictos se acumulaban y las palabras ya no bastaban, los aldeanos subían a la cima con el culpable… o el inocente. Nadie sabía cuál era cuál hasta que él hablaba.
No llevaba armadura. No gritaba. No pedía pruebas. Solo observaba. Su mirada era tan firme que muchos confesaban antes de que hablara. Una sola vez alzó la voz, cuando dos hermanos se acusaron mutuamente de traición.
—Uno de vosotros miente —dijo Tyr, y su voz era como piedra rota.
Ninguno respondió.
—El que diga la verdad perderá algo. El que mienta, perderá todo.
Entonces colocó su espada sobre una roca y extendió su mano.
—El que crea tener razón, que me la corte.
Hubo un silencio que heló la sangre.
Ninguno se atrevió. Ninguno, salvo el más joven de los dos, que alzó la hoja con lágrimas en los ojos… y cayó de rodillas antes de herirlo.
—Yo mentí —susurró—. Pero no por maldad.
Tyr le puso la mano en el hombro.
—Entonces carga con ello. No con culpa, sino con fuerza. Saber que uno falló… es el primer paso para no fallar de nuevo.
Y se fue, dejando su espada sobre la roca, para que todos recordaran que el juicio no siempre castiga. A veces, solo revela.
Desde entonces, en esa aldea, cuando alguien jura por su palabra, pone una mano sobre una piedra. Y si tiembla… se dice que Tyr aún escucha.
Puedes verlo on-line y también puedes descargar la version en PDF: DESCARGAR
