
Preparación del lugar:
El espacio debe disponerse en círculo, marcado por velas (doce si es posible, una por cada mes del año) que rodeen el altar central. En el centro: un cuenco con tierra, una vela grande sin encender (la vela del sol), y un recipiente con piedras o amuletos pequeños (uno por participante, preparados antes del ritual).
El ambiente debe ser silencioso o acompañado solo por sonidos suaves (un tambor lento o un cuerno ceremonial al principio).
Inicio:
El líder entra en el círculo llevando la vela del sol y pronuncia:
«Hoy la noche reina suprema. Nos encontramos en el umbral entre la oscuridad y la promesa del renacer. Aquí, donde el frío más aprieta, despertamos la luz eterna.»
Se enciende la vela del sol.
Encendido de las velas:
Los participantes se turnan para encender las velas del círculo diciendo en cada encendido:
«Por este mes que se apaga, guardo la memoria y abrazo el ciclo nuevo.»
Cuando todas están encendidas, el líder dice:
«Doce llamas en la noche larga; doce meses han tejido este ciclo. Lo que ha sido, ha sido. Lo que será, nace en el corazón de la oscuridad.»
Invocación:
Mirando la vela del sol, todos juntos:
«Baldr, luz escondida, hijo dorado de los Æsir, escucha nuestro llamado. En esta noche profunda, recuerda tu camino hacia nosotros. Odín, padre de la sabiduría, guíanos en la sombra hasta que despunte el día.»
Rito central:
Cada persona toma un amuleto o piedra del recipiente. Sosteniéndolo en la mano, visualiza un deseo, propósito o esperanza para el nuevo ciclo.
Uno a uno pronuncian:
«En la noche larga deposito mi voluntad; que despierte con la luz naciente.»
El objeto se coloca en el cuenco con tierra o se guarda en un saco personal si es ritual íntimo.
Meditación en silencio:
Se guarda un minuto de completo silencio, contemplando la llama central.
Cierre:
El líder toma la vela del sol y dice:
«Aunque el frío nos envuelva, la rueda gira. Aunque la oscuridad nos envuelva, la luz persiste. Que el sol retorne, y con él, nuestra fuerza renovada.»
Todos juntos:
«Así será, bajo los ojos de los dioses y el abrazo de la tierra.»
Las velas se apagan lentamente, una a una, hasta quedar solo la vela del sol, que se deja consumirse en privado o se apaga con un soplo final para cerrar el ciclo.
«Desde la sombra más profunda, que el destino despierte; y que la rueda eterna gire, inexorable, hacia la aurora prometida.»
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