
Capítulo I: La Llamada de los Cuervos
El drakkar de Olaf el Terrible y Bjorn el Tronchahuesos surcaba las aguas grises del fiordo de Vimland cuando el cielo se tiñó de rojo sangre. Dos cuervos gigantescos, cuyas plumas brillaban como metal bajo el sol poniente, comenzaron a girar en círculos sobre el mástil.
—Por la barba de Thor —murmuró Bjorn, palideciendo—. Huginn y Muninn nos escoltan.
Olaf, siempre pragmático, ajustó el agarre de su hacha.
—Si Odín quiere algo de nosotros, que lo diga claramente. No con estos juegos de aves.
Pero cuando desembarcaron en la playa de guijarros negros, los cuervos se posaron en un árbol muerto, sus ojos ámbar fijos en los guerreros. Uno de ellos dejó caer un objeto que resonó metálico al chocar contra las piedras: un brazalete de plata grabado con runas de protección.
Bjorn lo recogió con manos temblorosas.
—Es de Einar el Sabio… partió hacia Vimland hace dos lunas y nunca regresó.
Los cuervos graznaron al unísono, un sonido que heló la sangre en las venas, antes de alzar vuelo hacia el bosque. No había duda: estaban siendo convocados.
Capítulo II: El Círculo de los Perdidos
El bosque se volvió más denso con cada paso, hasta que los árboles formaban un techo impenetrable. El aire olía a hierro y tierra mojada. De pronto, los guerreros emergieron en un claro donde doce piedras rúnicas formaban un círculo perfecto.
En el centro, un altar de huesos petrificados sostenía una estatua de cuervo hecha de hierro bruñido. Su pico entreabierto parecía esbozar una sonrisa cruel. Alrededor, decenas de esqueletos vestidos con armaduras de distintas eras yacían en poses grotescas. Algunos tenían tablillas de madera con runas talladas apresuradamente entre sus dedos huesudos.
—No es un santuario —susurró Bjorn—. Es una trampa para orgullosos.
El cuervo de hierro cobró vida de repente, sus alas desplegándose con un chirrido que hizo eco en los huesos de los presentes.
«Solo los dignos pueden pasar», resonó su voz metálica. «Resolved el enigma o uníos a los que fracasaron.»
Capítulo III: El Enigma de Hierro
Las runas en las piedras circundantes comenzaron a brillar con un fulgor azulado, proyectando símbolos en el aire:
«En el salón de Odín, los guerreros juran su fortuna de dos modos:
1. ‘El doble de mis monedas más seis es mi tesoro conocido.’
2. ‘Veinte lingotes menos cuatro veces mis monedas dan ese mismo tesoro.’
Ambas verdades llevan a un mismo destino.»
Las runas se desvanecieron, dejando un silencio sepulcral. El cuervo se petrificó nuevamente, convirtiéndose en una estatua inexpresiva.
Capítulo IV: La Prueba de los Siete Días
El primer día, Olaf maldijo a los dioses y trató de derribar las piedras rúnicas a hachazos. Cada golpe resonaba como un gong, haciendo sangrar sus manos, pero las piedras no se inmutaban.
Al tercer día, el hambre los obligó a beber agua de charcos y comer musgo. Bjorn pasaba horas estudiando los esqueletos, buscando pistas en sus restos. Encontró un hueso tallado con lo que parecía ser el inicio de un cálculo, pero estaba incompleto.
Por las noches, soñaban con el Valhalla. Veían a los einherjar festejando, pero cuando intentaban acercarse a las mesas, un muro de runas ardientes los mantenía alejados.
Capítulo V: El Sexto Amanecer
Una tormenta eléctrica rugió sobre el círculo de piedras. Los relámpagos iluminaban los esqueletos, haciendo parecer que se movían. Bjorn, exhausto, tuvo una visión: su abuela völva le susurraba en sueños.
—No busques con los ojos, sino con el alma —le decía la anciana mientras tejía un tapiz con hilos de plata—. Los dioses no hablan en números, sino en verdades.
Al despertar, encontró entre los huesos un fragmento de espejo roto. Al mirarse en él, su reflejo mostraba runas que no estaban realmente allí.
Capítulo VI: El Último Atardecer
En el séptimo ocaso, cuando el sol teñía las piedras de color sangre, Bjorn se levantó con determinación. Caminó hasta el altar y colocó sus manos sobre el cuervo de hierro.
—Lo sé —afirmó, sin dar una respuesta explícita.
Un trueno sacudió la tierra. Las runas en las piedras brillaron con intensidad cegadora y el altar se partió en dos, revelando un pasadizo que descendía hacia la oscuridad.
El cuervo inclinó la cabeza en un gesto casi humano.
«Pueden pasar… por ahora.»
Epílogo: El Camino Secreto
Mientras descendían por el túnel, Olaf miró a su compañero con respeto renovado.
—Nunca sabré cómo lo hiciste —admitió el guerrero.
Bjorn sonrió, acariciando el fragmento de espejo en su bolsa.
—Algunos misterios están mejor guardados, hermano.
Y así, los dos vikingos desaparecieron en las profundidades de Vimland, dejando atrás el círculo de piedras, los esqueletos de los fracasados… y el enigma sin respuesta para quien se atreviera a intentarlo.
Fin.

Y tu serías capaz de descubrir lo que había acertado Bjonr para tener acceso al pasadizo secreto?
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