
«Berthe Morisot: La Bailarina de los Pinceles»
Érase una vez, en un París de calles empedradas y cafés llenos de artistas, una niña llamada Berthe Morisot que soñaba con pintar la luz. Pero en el siglo XIX, las mujeres no podían estudiar en las grandes academias de arte. «El lienzo es para hombres», le decían. Sin embargo, Berthe, rebelde y talentosa, tomó sus pinceles y desafió al mundo.
Junto a su hermana Edma, aprendió de maestros como Camille Corot, pero pronto encontró su propia voz: trazos sueltos, colores vibrantes y escenas cotidianas llenas de vida. «Pinto como un pájaro canta», decía.
Un día, conoció a un grupo de artistas rebeldes: Monet, Renoir, Degas… Eran los «impresionistas», y aunque el público se burlaba de ellos («¡Sus cuadros parecen bocetos!»), Berthe se unió a su causa. Fue la única mujer en la primera exposición impresionista de 1874, con un cuadro que capturaba a su madre y hermana en un instante de ternura.
Su vida cambió al casarse con Eugène Manet (hermano de Édouard Manet), pero nunca dejó de pintar. Retrató a su hija Julie jugando, jardines bañados por el sol y mujeres leyendo, lejos de los rígidos retratos de la época. «Quiero atrapar el aire que rodea a las figuras», decía.
Aunque los críticos la llamaban «encantadora amateur», hoy sabemos que fue una revolucionaria. Murió en 1895, pero su legado vive: Berthe no pintó como una mujer… pintó como una genio.
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